Manuel Gutiérrez Aragón y Antonio Brevers en la localidad de Vega de Liébana, durante el rodaje de la serie documental para TVE "La Memoria Recobrada"
Los mitos no viven ni mueren, son sobre todo una proyección de nuestros propios deseos y temores. Pero los maquis, para los niños y jóvenes de los años cincuenta y sesenta, eran mitos vivientes. Sobre todo para los que poblábamos las ciudades cercanas a los montes y bosques de la cordillera cantábrica. Unas veces aparecían como protectores de los humildes y perseguidos, otras como fulgurantes vengadores de agravios colectivos –una justicia rápida e inapelable, en correspondencia con los juicios sumarísimos del poder–, y otras como ingeniosos y burlones duendes del bosque. Crueles y rencorosos como los propios dioses, el bosque y las lindes de los pueblos eran un territorio que les pertenecía con el mismo derecho que a los lobos y a los milanos. No, no eran solo un producto de nuestras mentes escolares y de lectores de tebeos de aventuras, eran reales, estaban ahí afuera, en un recreo continuado, en unas vacaciones inacabables, sin disciplina escolar ni tareas para hacer en casa. Un primer acercamiento a los maquis podía ser así de mitómano, pero, por muy mitómanos que fuéramos, también nos dábamos cuenta de algo más: del peligro, la persecución y la muerte. Y eso ya no era una aventura del tebeo, era esa cosa imperfecta llamada realidad. Algunos de nuestros compañeros de instituto eran hijos de los guardias civiles que perseguían a los guerrilleros del bosque. Otros eran hijos de represaliados del régimen, del bando del silencio y las amenazas, de la injusticia inacabable. En el caso de alguno de nosotros, en la familia había algún secuestrado por los maquis –era el caso de mi propia familia-, caso que nos causaba un inconcreto temor a traspasar las lindes del bosque.
El libro de Antonio Brevers recoge esa aventura nunca terminada de contar de los duendes de nuestra infancia, y sin duda su minuciosa y documentada información no hace que disminuya el mito, sino que nos lleva a lo más íntimo del mito, a la cólera cantada, a la narración de hechos inexplicados pero reales, a la caverna en la que los hombres son sombras de sí mismos. Nunca la realidad embotó el filo de espada del mito, ni el dato oscureció el amanecer de la historia. Brevers narra con la autoridad que le proporciona indagar en testimonios silenciados, pero no desaparecidos. Ocultos, pero no borrados.
Brevers ha tardado varios años en reunir la información, y sobre todo en convencer a los testigos para que hablaran libremente. Tal como es el ir y venir de nuestra historia, la historia de España, esperemos que de verdad el peligro para los que hablan haya pasado, que definitivamente se pueda hablar libremente y para siempre, sin amenazas ni exclusiones. Y que, por fin, aunque sea cincuenta años después, desde todos los ángulos sociales podamos fomentar con nuestros sinceros actos la verdadera filosofía de este libro: “el encuentro”, sin complejos ni rencores heredados.
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Creo que Antonio Brevers rinde homenaje a unos luchadores a los que muchas veces –y desde posiciones diferentes– se ha negado el carácter de luchadores antifascistas, su rasgo común y predominante. Luego podrán devenir en bandidos, o en atracadores o simplemente en huidos, pero su bandera era la de la República, y su legitimidad la resistencia a la dictadura. La derrota de la República por el fascismo es su marca de origen y su destino. Sin esa derrota republicana no se hubieran echado al monte, ni hubieran malvivido hasta su muerte con las armas en la mano. En definitiva, sin fascismo no hubiera habido maquis. Es precisamente la restauración de la República y de las libertades, el sueño con el que a su vez soñaban los guerrilleros. Porque mientras nosotros pasábamos “miedo y frío ante un pupitre con estampas,” ¿con qué soñaban los maquis? En aquellos refugios húmedos y trashumantes también se soñaba; en aquellas caminatas nocturnas, la imaginación, a su vez, se poblaba de mitos. Una gigantesca bandera tricolor se izaría en el monte más alto, y madre y novia recibirían con flores al vencedor, el guerrillero heroico. El contramito, el sueño de los soñados, los dioses que sueñan con ser personas normales. El niño de derechas, obediente y disciplinado, se arropa para protegerse del miedo al de afuera, al del monte. Y el del monte sueña con su niñez perdida, con la cama tibia y el viejo maestro gruñón y republicano.
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Si el mito tiene su contramito, también la lealtad tiene su sombra y su contrario: la traición. Las hermanas del más célebre guerrillero de posguerra, Juan Fernández Ayala, Juanín enviaron una carta a la Hoja del Lunes en 1977, dos años más tarde de la muerte de Franco, en la que decían: “... nuestro hermano no fue muerto por las Fuerzas del Orden, fue disparado por la espalda con un tiro en la nuca por alguien que le traicionó...” La acusación no podía sino apuntar al más leal – y último- compañero de correrías de Juanín, Francisco Bedoya. La acusación, según se supo después, fue lanzada por los propios servicios policiales para obtener la colaboración de familiares y amigos de Juanín en la captura de Bedoya. Una paciente investigación en los propios archivos de la Guardia Civil hace que Antonio Brevers y sus colaboradores puedan desmontar la sombra de la traición, y su habilidad narrativa para contarlo añada un inesperado suspense al relato. Lo mismo ocurre con el relato casi mítico de las repetidas burlas – increíbles si, por ejemplo, alguien las llevara al cine- a los cercos de la Guardia Civil. La persecución y muerte de Juanín y Bedoya constituyen la trama de una novela policial. El lector no sabrá hasta final cuál fue el verdadero hilo que condujo a sus muertes. Como en un relato policiaco, parece que la investigación lleva a una determinada conclusión, para luego dar un giro y llevar a otra parte.
El relato sigue un orden cronológico de la vida y fazañas de Juanín y Bedoya. Pero a ese orden cronológico se va enlazando con los testimonios – emocionantes- de los guerrilleros supervivientes a la aniquilación franquista. En todos ellos vemos la esperanza de una victoria siempre esquiva, y la firme determinación de resistir. No hay rendición, no hay desesperación, simplemente se hace lo que debe hacerse en cada momento. La vida nacional, aislada y gris incluso para los vencedores, no es sino una momentánea etapa hacia la liberación.
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Lealtad y traición, emoción y audacia... a veces también ternura... Y sobre todo la camaradería. Esos son los mimbres del relato de Antonio Brevers. Una impresionante colección de fotografías inéditas presta testimonio gráfico a los documentos verbales. Estos relatos verbales, recogidos por el autor a los últimos sobrevivientes de la guerrilla, son verdadera historia en vivo, testimonios únicos y en trance de desaparecer. Como si pudiéramos asistir, casi en directo, a un trozo de nuestra historia.
Respecto a la historia de la Resistencia española, habrá un antes y un después del libro de Antonio Brevers.