«Cuando un amigo se va,
queda un tizón encendido...»,
dice la canción de Alberto
Cortez. Tal vez por eso uno se
resista a borrar de la agenda
del móvil cierta entrada con el
cariñoso apelativo de ‘Maelín’,
o sus certeros SMS, o la
infinidad de mensajes de esa
cuenta suya de correo a la
que el dispuesto hado supo
dar buen uso, uniéndonos...
Mensajes que desde el
primero conservo.
queda un tizón encendido...»,
dice la canción de Alberto
Cortez. Tal vez por eso uno se
resista a borrar de la agenda
del móvil cierta entrada con el
cariñoso apelativo de ‘Maelín’,
o sus certeros SMS, o la
infinidad de mensajes de esa
cuenta suya de correo a la
que el dispuesto hado supo
dar buen uso, uniéndonos...
Mensajes que desde el
primero conservo.
No ha sido preciso hacer el menor esfuerzo
para recordar la última vez
que estuvimos juntos. Fue dos o tres
días antes de mi viaje a Gijón, a la ‘Semana
Negra’, con motivo de la invitación de su
fundador, Paco Ignacio Taibo II, para presentar
mi trabajo... «Cuando vuelvas quiero
una crónica de-ta-lla-da» –me dijo Ismael remarcando
la última palabra, tan ilusionado
como siempre con cada nueva noticia relativa
al libro. Recuerdo que entonces le respondí
en broma con un: «¡A sus órdenes!», mientras
me cuadraba ante él exagerando cómicamente
el gesto, en un intento de levantar
su ánimo. Después, por continuar con el tono
de chirigota, saqué una foto que llevaba en
el bolsillo y se la enseñé. En ella aparecía un
bigotudo veraneante, con gafas y sombrero,
plácidamente sentado en una tumbona
de playa, muy concentrado en la lectura de
‘Juanín y Bedoya, los últimos guerrilleros’...
A continuación le propuse a Maelín que intentase
averiguar la identidad del personaje,
mediante el típico juego infantil de recurrir a
pistas, más de una falsa para alargar la broma,
y al ‘caliente o frío’... Nuestras carcajadas
se entremezclaban con cada una de sus respuestas,
en especial cuando salió a relucir el
nombre de Carod Rovira, con quien sin duda
el personaje misterioso tenía cierto parecido...
«¡Es Txema!», le dije al final, refiriéndome a
mi buen amigo Txema Prada, diseñador de
la portada del libro que sostenía en alguna
playa malagueña... Hacía poco tiempo que les
había presentado por teléfono, durante una de
mis anteriores visitas a Ismael, precisamente
debido a una torpeza de Txema sobre la tecla
de su móvil, pues en realidad intentaba
llamar a otro Antonio. Ya el teléfono, en su
aparente intención de echar una mano con
las presentaciones pendientes, por medio de
otra casualidad había hecho lo mismo con el
misterioso RPD*, a quien Ismael, como ocurrió
con Txema, pudo llegar a conocer al menos
a través del auricular. Invariablemente,
machacones contratiempos y la inevitable
distancia frustraron cuantos intentos de encuentro
llegamos a planificar.
Cómo imaginar que aquella divertida visita
a Ismael, la de la foto del enigmático bigotudo
con sombrero, iba a ser la última. Y
que, como tantas otras cosas, suspendida
también iba a quedar la cercana excursión
de todos los veranos a Pumareña (Liébana),
en compañía de nuestros amigos José Ángel
y Cecilio, con quienes en su día conocimos
Llandelestal y el emocionante encuentro entre
Samuel (padre de Cecilio) y Paco Bedoya,
tras la muerte de Juanín.
«Aunque sea en silla de ruedas, yo voy a
Pumareña –me insistía Maelín en la despedida–.
Y este fin de semana a mi pueblo, con los
chicos. Quiero que lo conozcan»... refiriéndose
a Abanillas, pueblo natal de Ismael y de su
madre Mercedes San Honorio, Leles.
para recordar la última vez
que estuvimos juntos. Fue dos o tres
días antes de mi viaje a Gijón, a la ‘Semana
Negra’, con motivo de la invitación de su
fundador, Paco Ignacio Taibo II, para presentar
mi trabajo... «Cuando vuelvas quiero
una crónica de-ta-lla-da» –me dijo Ismael remarcando
la última palabra, tan ilusionado
como siempre con cada nueva noticia relativa
al libro. Recuerdo que entonces le respondí
en broma con un: «¡A sus órdenes!», mientras
me cuadraba ante él exagerando cómicamente
el gesto, en un intento de levantar
su ánimo. Después, por continuar con el tono
de chirigota, saqué una foto que llevaba en
el bolsillo y se la enseñé. En ella aparecía un
bigotudo veraneante, con gafas y sombrero,
plácidamente sentado en una tumbona
de playa, muy concentrado en la lectura de
‘Juanín y Bedoya, los últimos guerrilleros’...
A continuación le propuse a Maelín que intentase
averiguar la identidad del personaje,
mediante el típico juego infantil de recurrir a
pistas, más de una falsa para alargar la broma,
y al ‘caliente o frío’... Nuestras carcajadas
se entremezclaban con cada una de sus respuestas,
en especial cuando salió a relucir el
nombre de Carod Rovira, con quien sin duda
el personaje misterioso tenía cierto parecido...
«¡Es Txema!», le dije al final, refiriéndome a
mi buen amigo Txema Prada, diseñador de
la portada del libro que sostenía en alguna
playa malagueña... Hacía poco tiempo que les
había presentado por teléfono, durante una de
mis anteriores visitas a Ismael, precisamente
debido a una torpeza de Txema sobre la tecla
de su móvil, pues en realidad intentaba
llamar a otro Antonio. Ya el teléfono, en su
aparente intención de echar una mano con
las presentaciones pendientes, por medio de
otra casualidad había hecho lo mismo con el
misterioso RPD*, a quien Ismael, como ocurrió
con Txema, pudo llegar a conocer al menos
a través del auricular. Invariablemente,
machacones contratiempos y la inevitable
distancia frustraron cuantos intentos de encuentro
llegamos a planificar.
Cómo imaginar que aquella divertida visita
a Ismael, la de la foto del enigmático bigotudo
con sombrero, iba a ser la última. Y
que, como tantas otras cosas, suspendida
también iba a quedar la cercana excursión
de todos los veranos a Pumareña (Liébana),
en compañía de nuestros amigos José Ángel
y Cecilio, con quienes en su día conocimos
Llandelestal y el emocionante encuentro entre
Samuel (padre de Cecilio) y Paco Bedoya,
tras la muerte de Juanín.
«Aunque sea en silla de ruedas, yo voy a
Pumareña –me insistía Maelín en la despedida–.
Y este fin de semana a mi pueblo, con los
chicos. Quiero que lo conozcan»... refiriéndose
a Abanillas, pueblo natal de Ismael y de su
madre Mercedes San Honorio, Leles.
Hacia Abanillas
Hace relativamente poco, llevado en parte
por cierta nostalgia, estuve repasando algunas
de las grabaciones de mis conversaciones
telefónicas con Leles... En la primera de ellas,
Leles me hablaba, desde Buenos Aires, de lo
desconocido del paradero de su hijo: «Unos
me dicen que ha podido volver a Argentina,
otros que sigue por España...». Pronto pude
darle noticias de Maelín a Leles, restableciéndose
al poco tiempo el contacto entre madre
e hijo, temporalmente roto por una de esas
nimiedades que acaban en enorme bola de
nieve... Escuchando en tanto frases del tipo:
«Mejor, de momento, no le diga a Ismael que
habla conmigo», a quien a su vez yo dejaba
caer otras como: «¿Sabes algo de tu madre?
¿Por qué no llamas a Leles?», para terminar
mis idas y venidas al descubierto, como era
previsible, en cuanto Ismael, con el paso del
tiempo, comenzó a enviarle a su madre fotos
de nuestras salidas familiares de fin de semana...
«Ah, ese Antonio debe de ser el que
me llamaba...» –le comentó cándidamente y
sin previo aviso Leles a su hijo... Pero valió la
pena verse metido en semejante embrollo.
Y hacia Abanillas partió Ismael acompañado
de sus hijos Magalí y Fernando, junto
con su yerno Carlitos al volante, el domingo
13 de julio del presente año. Día en que en
la pantalla del móvil apareció ese cariñoso
apelativo, que uno se resiste a suprimir de la
agenda, anunciando una llamada suya: «Al
final vine de excursión con mis hijos... en la
sillita –comenzó diciendo ‘Maelín’, del todo
dicharachero y feliz–. ¿A que no sabes desde
dónde te llamo?...». Por el modo de preguntarlo,
y la intensidad de sus palabras, más que
una pregunta fue una invitación a continuar
la frase: «Desde las Carrás» –le respondí sin
dudarlo–. «¡Desde las Carrás! –remarcó él
inmediatamente–. Bueno, los chicos han entrado,
yo estoy aquí en el camino, en la sillita
(risas)... ¿Sabías que han hecho una canción
sobre Juanín y mi padre?»–. Seguramente llevado
por la emoción sus palabras comenzaron
a atropellarse, cosa impropia en él.
Recuerdo que dos veces al menos le hice
repetir un nombre: Aura Kuby.
Hados del destino
¿Las cosas pasan porque tienen que pasar?...
Desde luego ni Ismael ni sus hijos tenían previsto
hacerlo ese domingo por San Vicente
de la Barquera, decisión casual tomada en el
último momento.
Aura Kuby y su grupo ponían brillante colofón
al Tercer Festival de Folk Cantabria Infinita,
cuando hasta los oídos de Carlitos llegó
el estribillo de una canción, cuya letra le
sonó familiar: «Yo creo que han dicho algo de
Juanín y Bedoya» le comentó al resto con su
marcado acento argentino. Todos asintieron
y juntos se pusieron camino del escenario de
donde provenía la música, que cada vez llegaba
hasta ellos con más fuerza.
Sin duda, esta vez el hado tuvo que trabajar
a destajo. Dieciocho grupos, tres días de
conciertos, tres escenarios (dos en la zona del
aparcamiento de la playa del Rosal - Merón y
un tercero en la Plaza Mayor)... Mucho hubo
de afinar sus dados para que Aura Kuby y su
grupo interpretasen esa canción en el escenario
de la Plaza Mayor, ese último día del festival
y en ese preciso momento...
«¿Y, qué tipo de música hacen?» -le pregunté
a Maelín- «No sabría decirte -respondió-, de
la de antes, pero como de ahora... Ya la oirás.
Me van a enviar la canción».
En días sucesivos nos llamamos durante mi
estancia en Gijón, sin saber que la semana negra
estaba aún por llegar... «¿No sabes? ¡Ya tengo
la canción!... Me la han enviado por e-mail.
Tienes que escucharla... ¡Está fenomenal!».
Y como estaba previsto, fue en la cocina de
su casa donde por primera vez la escuché, pero
ya sin Ismael. Allí también pude verlo, gracias a
una pequeña grabación hecha con un teléfono
móvil, en su silla, dirigiéndose hacia el escenario
mientras comprobaba que, en efecto, les
cantaban a Juanín y su padre. Con esa cara de
niño a la que me tenía acostumbrado en cada
descubrimiento. Camino del abrazo emocionado
que Aura y sus compañeros le tendieron
al escuchar de sus labios: «Hola. Soy Ismael...
El hijo de Paco Bedoya».
Sin saber cuál era tu canción
El domingo 27 de julio, fecha en principio elegida
para viajar a Pumareña, al pie de los preciosos
acantilados del Volao (Toñanes) entregamos
las cenizas de ‘Maelín’ al Cantábrico.
La noche anterior me había llegado un email
de ultramar, desde la Argentina, con un
mensaje de sus primos Ramiro y Luis Rodrigo
San Honorio, a quienes tan triste noticia dejó
«recordando palabras viejas» y escribiendo su
adiós: «Hoy te fuiste, primo mayor/ Sin encanto
y sin palabras/ Desilusión/ Sin saber cuál era tu
canción.../ Hoy te fuiste así... no más».
Su canción no era otra que ‘Vivan Bedoya y
Juanín’, un regalo inesperado del compositor
Fran Lausen Gabilondo, reconocido músico del
País Vasco de amplia trayectoria, a su amigo
Manuel Callejo, acordeonista de Aura.
*RPD, personaje cuya identidad no es desvelada,
a petición suya, en la obra «Juanín y Bedoya,
los últimos guerrilleros».